miércoles, 11 de mayo de 2011

ALBERT ESPINOSA, UNO DE NUESTROS AMARILLOS


Al día siguiente era 23 de abril. Al día siguiente, a Albert le amputarían su pierna izquierda. Cojo con 14 años. Tres cánceres consecutivos se habían cebado con su tibia, pero peleaba con denuedo en un hospital de Barcelona. El médico no se anduvo con rodeos con el chaval. «Albert, deberías hacer una especie de despedida de tu pierna. Así tendrás menos sensación de pérdida». Y Albert se aplicó en ello. A fondo. Consiguió que un amiguete se pusiera bajo los palos de una portería de fútbol. Le metió 50 goles a zurdazos. Llamó a aquella compañera del colegio con la que una vez hizo 'piececillos' bajo el pupitre. Repitió las fugaces caricias. Y echó un último baile «a dos piernas». Su compañero de habitación puso música a su adiós. 'Espérame en el cielo', de Antonio Machín. Y Albert asumió que desde entonces sería un niño cojo. Pero aprendió mucho más. «Después ni siquiera sentí el 'fantasma' que dicen que notas cuando te quitan un miembro. Creo que me despedí tan bien que hasta el fantasma se fue. Yo siempre digo que no perdí una pierna. Gané un muñón. Hasta en las pérdidas hay ganancias».
Albert Espinosa (Barcelona, 1973) sigue teniendo hoy mucho de aquel niño. Un niño grande al que le gusta vestir camisetas, sudaderas y vaqueros. Conserva dentro ese niño al que le entusiasmaba que su madre le sentara ante una lavadora repleta de ropa amarilla y roja y para el que la lucha no había hecho más que empezar aquel 23 de abril. A los 15 años los médicos le recomendaron a él y a sus padres que se fueran a disfrutar a Fuerteventura. Le dieron semanas de vida. Él se negó, obcecado, ilusionado. Se levantó de la lona. Y siguió peleando. Los médicos lo vieron evolucionar asombrados. A los 16 años tuvieron que extirparle el pulmón izquierdo. A los 18 se quedó sin medio hígado. El cáncer no le dio tregua en el rincón en el que le tuvo acorralado hasta los 24. Pero él salió victorioso tras casi 200 radiografías y 'tacs'. «Soy muy radiactivo», bromea. Venció y fundó su 'mundo amarillo'. Así se llamó su primera novela: 'El mundo amarillo: si crees en los sueños ellos se crearán'. El suyo fue vivir. El mago Tamarit llenó algunos de sus tiempos muertos en un puñado de hospitales catalanes. Y él se hizo mago. No solo mago aficionado. Mago de la vida. Porque pasar apenas media hora con Albert Espinosa es mágico. Te impregna su optimismo. La sonrisa no te abandona mientras lo escuchas. No es una risa de humor. Es una sonrisa de equilibrio, de paz, de armonía.
Otro 23 de abril, el pasado; otro Sant Jordi como aquel primero que marcó su vida. El destino tenía reservada otra sorpresa a Albert. Su último libro, 'Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven' (de nuevo un título con mensaje, como toda su vida) arrasó en las listas de ventas. Número uno en castellano y catalán. Más de 100.000 ejemplares vendidos en apenas tres semanas. Traducción a cuatro idiomas. La historia de un joven que busca a niños desaparecidos mientras reflexiona sobre las cosas que verdaderamente importan.
'Planta 4ª' y otros éxitos
No es su primer éxito. 'El mundo amarillo' estuvo 17 semanas entre los más vendidos. Ha escrito seis guiones de películas (entre ellos el de 'Planta 4ª, la autobiográfica historia de un grupo de niños con cáncer), ocho para series de televisión, ha hecho cinco papeles de actor en la pequeña y gran pantalla, ha escrito 12 obras de teatro, ha recibido 15 premios como guionista... Ha hecho cosas hasta con 'Lucho': «No todo el mundo puede decir que ha trabajado con un 'Lunni'». Incansable y prolífico. Él lo achaca a sus '4,7 vidas'. «Los niños que estábamos enfermos en el hospital hacíamos un pacto. Los que sobrevivíamos nos repartíamos la vida de los demás. A mí me tocaron 3,7 más la mía. Aunque los que murieron no perdieron. En realidad distrajeron a la muerte para que nosotros pudiéramos escapar». Otra frase de un personaje que parece salido de una fábula.
Él es muy real, pero su vida está llena de esas coincidencias que parecen casi ficticias, cósmicas, de esas que te hacen pensar en si todo está escrito. Como que su canguro de pequeño fuera luego el jefe de Oncología de un prestigioso hospital de Boston. ¿Un aviso del destino? «A mí siempre me ha parecido curiosamente poético». O que el primer regalo que le llevó un amigo al hospital fuera un Pinocho. Solo que no uno cualquiera. Cuando le iba a dar el paquete, se cayó al suelo. Al abrirlo, al Pinocho se le había roto una pierna. La izquierda. La misma que le acababan de cortar a Albert. «Mi amigo se quedó blanco». Él se enamoró de los pinochos. Hoy tiene más de 2.000 ejemplares u objetos relacionados con el muñeco. Se identificó con su suerte. «Fue como la Copa del Rey del otro día... Yo creo que el Pinocho se lanzó al suelo para decirme, voy a adaptarme a ti». Y sonríe.
Albert es un escritor con cabeza de ingeniero. Es la explicación para su capacidad de trabajo. Estudió Ingeniería Industrial en Química. Como su padre y su hermano (tiene otra hermana profesora). ¿Algo tan poco artístico? «El cálculo y el álgebra parecen muy distantes del arte, pero yo creo que son tan extremos que casi se tocan». Hasta que un guionista de TV3 se pasó por la Politécnica de Barcelona y vio una de las obras de su grupo de teatro, 'Los Pelones' (en alusión a la caída del pelo por la quimioterapia). Lo fichó de inmediato. Hoy arrasa en la televisión catalana con 'Polseres vermelles' (que ha logrado picos de audiencia mayores que 'El barco' o 'La República'). Aquel mentor le enseñó una máxima. No trabajar más de seis meses en el mismo proyecto. Ya sea guión o libro, al medio año cambia. «Como él decía, para escribir te tienen que pasar cosas; y para que te pasen cosas no tienes que estar escribiendo. Uso el verano para llenarme de ideas. Busco doce perlas al año. Una perla es una persona que te marca. Cuando conoces a una paras el mundo. Y cuando paras el mundo, el universo te premia». Son sus personas 'amarillas', gente entre el amor y la amistad. Su inspiración. ¿Su secreto profesional? Tener un final que merezca una historia. Luego escucha a sus musas. Siempre le susurran de madrugada. No se acuesta antes de las cuatro. Ni abre un ojo antes de las doce del mediodía.
El escritor catalán se autodefine con naturalidad como cojo. Le pirra el mar. Una vez al año visita Menorca o Fuerteventura. Un guiño a esa 'última isla' que le recomendaron visitar de niño. En cuanto ve una cala se quita su pierna hidráulica y se zambulle. Su arma es el humor. «Una vez en Andorra se me estropeó la pierna y mis amigos se la llevaron a arreglarla. Me dejaron en el suelo con una botella de agua. ¡Fue muy bueno porque la gente me echaba monedas y en 15 minutos me saqué siete euros y medio!», y se desternilla.
No es de gustos rebuscados. Quizás lo más exótico, su pasión por los 'makis' japoneses. De salmón y atún. Ecléctico en lo musical, amante de las bandas sonoras y quizás con los británicos Blur en un peldaño superior. Para el cine es como en la vida: un 'ternurista'. «Hay gente que considera la ternura un delito». Ha visto cientos de veces el ejemplo de superación de 'El indomable Will Hunting'. La tiene en 20 idiomas. Y no se olvida de 'Cuenta conmigo'. O de 'El club de los poetas muertos' y su 'carpe diem'. Por la calle parece un tipo normal. Discreto, pausado. Como un peón. Le gusta amar como a ellos. Compara el ajedrez con el amor. «Se puede amar igual que avanza una torre o un alfil, en distancias largas; o como un caballo, de forma alocada y variable; o como un peón, poco a poco, pero durante mucho tiempo y muchas veces». Así es Albert Espinosa, un superviviente, un héroe del día a día. 'Carpe diem'. Ya lo dice la cita de Jorge Francisco Pinto que abre 'Si tú me dices ven...': «Cuando crees que conoces todas las respuestas, llega el Universo y te cambia todas las preguntas». Como su 23 de abril.

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